La tecnología se perfila como una gran aliada para mejorar la calidad de vida de las personas mayores, especialmente de aquellas que requieren apoyos o se encuentran en situación de dependencia. En la mesa redonda de la Feria Senior, el profesor Carmelo Sergio Gómez Martínez —experto en gerontología y humanización de la atención a mayores— analizó las últimas innovaciones en el cuidado de mayores y reflexionó sobre sus ventajas y limitaciones en la práctica real. Desde servicios de teleasistencia avanzados hasta sensores domóticos en el hogar y robots asistenciales, quedó claro que la tecnología ofrece herramientas prometedoras, pero su adopción efectiva plantea desafíos económicos y éticos. Como apuntó Gómez Martínez, “no debemos confundir innovar con tecnología”, recordando que introducir aparatos sin un verdadero beneficio para el mayor no supone un avance real. La innovación debe evaluarse siempre en función de mejorar la vida de las personas mayores, más allá del brillo de las novedades.
Teleasistencia: un servicio vital pero desigual
La teleasistencia —atención remota mediante dispositivos o línea telefónica— es un recurso valioso para la seguridad de los mayores que viven solos. Permite que, ante una caída o emergencia, la persona pueda contactar rápidamente con ayuda, e incluso ofrece seguimiento proactivo de su bienestar. Sin embargo, su implementación en España resulta desigual debido a la gestión autonómica de la Ley de Dependencia.
Por ejemplo, en comunidades como el País Vasco, el servicio de teleasistencia está integrado con los servicios sanitarios de emergencias (112) e incluye la monitorización opcional de constantes de salud del usuario. Esto significa que, además de recibir una llamada periódica o disponer de un botón de alarma, el mayor puede tener sensores o dispositivos que transmitan datos como su tensión arterial o nivel de glucosa, de modo que ante cualquier valor anómalo se active un protocolo sanitario. En esas regiones, la teleasistencia actúa casi como una extensión del sistema de salud en el hogar del mayor.
En cambio, en otras regiones como Murcia, la teleasistencia se limita a funciones más básicas: una central atiende llamadas de auxilio y realiza llamadas de seguimiento, pero no incorpora monitoreo de salud ni conexión directa con hospitales. La brecha entre modelos responde, en gran medida, a la inversión y prioridad que cada gobierno autonómico otorga a estos servicios. Según comentó Carmelo Gómez, lamentablemente “los presupuestos… están creando mayores de primera y mayores de segunda”, en referencia a que, dependiendo de dónde viva, un mayor puede tener un servicio de teleasistencia muy completo o uno más elemental. Esta disparidad plantea un desafío de equidad: idealmente, todos los mayores deberían acceder a un nivel similar de atención remota, independientemente de su lugar de residencia.
Sensores y hogar inteligente: tecnología útil pero costosa
Otra línea de innovación emergente son los sensores y la domótica en el hogar de las personas mayores. Existen sensores de movimiento instalados en suelos o paredes capaces de detectar caídas o la falta de actividad prolongada, dispositivos que miden la temperatura de la casa para alertar de riesgos (como un golpe de calor o de frío), e incluso sistemas inteligentes que encienden luces o electrodomésticos de forma automática para facilitar la vida diaria. Estas tecnologías del hogar inteligente pueden prevenir accidentes domésticos y aportar tranquilidad tanto al mayor como a sus familiares, al saber que serán avisados ante cualquier anomalía.
No obstante, hoy por hoy su coste es muy elevado. Al ser soluciones relativamente nuevas, desarrolladas por pocas empresas especializadas, los precios de estos equipamientos resultan prohibitivos para la mayoría de familias. Por ejemplo, se mencionó el caso de camas geriátricas automatizadas capaces de cambiar de postura al usuario (evitando úlceras por presión y ayudando en movilizaciones) con un coste de entre 5.000 y 6.000 euros. Otros ejemplos son los sensores de movimiento y cámaras con inteligencia artificial para vigilar a un mayor frágil: su instalación y mantenimiento suponen importes considerables. En consecuencia, muy pocos hogares de mayores cuentan con estas ayudas técnicas. La falta de una economía de escala (aún no hay un gran mercado que abarate estos dispositivos) y la ausencia de financiación pública suficiente hacen que la tecnología asistencial de vanguardia esté al alcance de unos pocos. Esto tiene una consecuencia clara: la carga del cuidado sigue recayendo principalmente sobre los cuidadores humanos. Al no haber sensores que alerten o camas que automaticen ciertos cuidados, son los familiares o cuidadores quienes deben estar vigilantes las 24 horas, con el consiguiente desgaste físico y emocional.
Los expertos destacaron que será necesario impulsar políticas que fomenten la investigación y producción de estas tecnologías a menor coste, así como programas de subvención que ayuden a las familias a instalarlas. De lo contrario, el potencial preventivo de la domótica domiciliaria para mayores quedará desaprovechado, perpetuando situaciones de riesgo que hoy podrían mitigarse tecnológicamente.
Servicios intermedios: una innovación social pendiente
Más allá de la tecnología, durante el debate se subrayaron algunas innovaciones “sociales” en materia de cuidados que están contempladas en la normativa pero apenas se han desarrollado en la práctica. Un ejemplo son los recursos asistenciales intermedios o de uso temporal. Se propuso hace tiempo crear modalidades como residencias exclusivamente de noche (para mayores que viven con sus familias pero necesitan supervisión nocturna) o residencias de estancia corta post-hospitalaria (donde una persona mayor recién salida del hospital pudiera recuperarse durante uno o dos meses antes de volver a casa). También se plantearon programas de respiro para cuidadores familiares: por ejemplo, habilitar apartamentos tutelados o plazas residenciales de fin de semana, de modo que un cuidador principal (pongamos, el esposo o la hija que cuida a diario) pueda descansar unos días mientras su ser querido dependiente sigue atendido por profesionales.
Aunque estas ideas figuran en la Ley de Dependencia y en teorías de atención gerontológica moderna, muchas comunidades autónomas no las han implementado en sus catálogos de servicios. En la práctica, las familias siguen teniendo solo dos alternativas principales cuando un mayor se vuelve dependiente: o intentar apañarse con ayuda a domicilio/centro de día, o ingresar al ser querido en una residencia de larga estancia. No hay términos medios fácilmente disponibles, como estancias cortas o cuidados a tiempo parcial. Esta falta de opciones intermedias provoca que, a menudo, se deba esperar a que ocurra una crisis (una caída grave, una enfermedad aguda, el agotamiento extremo del cuidador) para que el sistema provea una solución residencial de emergencia.
Los ponentes advirtieron que, de no cubrirse estos vacíos, existe el riesgo de retroceder a modelos asistenciales de caridad propios de épocas pasadas, donde solo cuando la situación es insostenible se brinda ayuda institucional. Eso sería, en palabras de Carmelo Gómez, totalmente “anti-innovación”. Innovar en cuidados no significa solo alta tecnología, sino también reinventar y diversificar los servicios de apoyo a las familias cuidadoras. Impulsar estas modalidades intermedias aliviaría la carga de los cuidadores familiares, prevendría situaciones de desamparo y ofrecería a los mayores una atención más ajustada a sus necesidades (ni tan invasiva como una institucionalización permanente cuando no es necesaria, ni tan mínima como la ayuda puntual insuficiente). En conclusión, la innovación social en este ámbito está pendiente de materializarse, y es una tarea urgente para administraciones y sociedad en su conjunto.
Robots asistenciales: compañía e interacción bajo la lupa
En el imaginario popular se presentan a menudo los robots cuidadores como la solución del futuro para la atención de mayores. En la mesa redonda se comentaron algunos ejemplos reales que ya existen en el mercado: pequeños robots con pantalla y una cara digital sonriente que pueden moverse por la casa, o autómatas con forma de mascota (como la famosa foca robótica terapéutica utilizada en terapias de demencia). Estos dispositivos buscan ofrecer compañía e interacción simulada a personas mayores que pasan mucho tiempo solas, actuando como una suerte de “mascota” electrónica o asistente virtual.
Sin embargo, su efectividad y su coste suscitan debate. Por un lado, se ha observado que aparatos como la foca robótica PARO pueden tener efectos positivos en algunos pacientes con demencia, calmándolos y estimulando su afectividad. Funcionan de manera similar a lo que en geriatría se llama muñeco de apego: objetos que el mayor abraza o acaricia y que le proporcionan tranquilidad (como un peluche, pero con sensores que reaccionan al tacto y al sonido). Por otro lado, la implantación de estos robots está muy limitada. Su precio es muy elevado (una unidad de PARO puede costar del orden de 5.000 a 6.000 €; otros robots de telepresencia con pantalla rondan los 12.000-15.000 €), lo que hace inviable su adquisición generalizada. Además, algunos expertos cuestionan si la “compañía” que brindan es realmente significativa o meramente una ilusión. Gómez Martínez los comparó con el Tamagotchi de los años 90: entretenidos y curiosos, pero en el fondo no sustituyen la interacción real. Un robot puede responder a ciertos comandos (moverse, emitir sonidos, simular expresiones), pero carece de sentimientos y no puede adaptarse verdaderamente a la personalidad del mayor como lo haría un animal vivo o, por supuesto, otra persona.
En resumen, la robótica asistencial ofrece ideas prometedoras que tal vez en un futuro formen parte del abanico de apoyos a la tercera edad, pero hoy por hoy es más una curiosidad tecnológica que una alternativa práctica. Su alto costo y la falta de evidencia concluyente sobre sus beneficios reales hacen que, de momento, su papel sea complementario y experimental. Los cuidadores humanos siguen siendo indispensables para brindar la calidez, comprensión y respuesta emocional que ninguna máquina puede lograr.
Apps y monitorización: pequeñas ayudas cotidianas
No todas las innovaciones útiles requieren grandes infraestructuras; muchas están al alcance de un teléfono móvil. En la mesa redonda se citaron varias aplicaciones móviles diseñadas para facilitar la vida de los mayores y de sus familiares cuidadores. Por ejemplo, Safe365 es una app de geolocalización que permite a la familia saber en todo momento por dónde se mueve su familiar mayor (mediante un localizador tipo “llavero” o simplemente con el smartphone del usuario). Esto aporta tranquilidad cuando existe riesgo de desorientación o caídas en personas con demencia inicial, aunque también abre dilemas sobre la privacidad y la autonomía (¿hasta qué punto es correcto vigilar a una persona las 24 horas, aunque sea por su bien?).
Otras herramientas, como aplicaciones recordatorio de medicación, ayudan a los mayores a gestionar sus tratamientos de forma autónoma. Estas apps emiten alarmas en el móvil a las horas de toma de pastillas, avisan con antelación cuándo hay que reponer un fármaco e incluso pueden enviar un aviso a un familiar si se ha olvidado alguna dosis. De este modo, reducen errores en la medicación y evitan ingresos hospitalarios por olvidos o confusiones con las medicinas. Para muchos mayores que llevan múltiples pastillas diarias, este tipo de apoyo tecnológico puede marcar una gran diferencia y liberarles de depender de que un tercero les supervise constantemente.
En cuanto a la comunicación y el entretenimiento, existen interfaces simplificadas para smartphones pensadas para personas mayores. Un ejemplo mencionado fue Wize, un sistema que convierte un teléfono inteligente común en un dispositivo de manejo sencillísimo: con iconos grandes, menús muy básicos y funciones esenciales. Así, alguien poco familiarizado con móviles puede, por ejemplo, tocar la foto de su hijo en la pantalla para llamarlo, en lugar de buscar en una lista de contactos. Gómez Martínez comentó que en su experiencia clínica, muchos mayores con bajo nivel educativo (incluso algunos que no habían ido a la escuela) lograron usar teléfonos táctiles gracias a interfaces simplificadas como esta. Esto demuestra que con las adaptaciones adecuadas, la tecnología puede ser inclusiva y derribar barreras para los mayores, en lugar de crearlas.
Por otro lado, la tecnología también puede apoyar la vida social y afectiva de las personas mayores. Se recordó que la mayoría de los mayores de hoy son autónomos, dinámicos y tienen intereses diversos. Para ellos, hay aplicaciones de entretenimiento mental (ejercicios de memoria, pasatiempos) y de aprendizaje en línea que les ayudan a mantenerse activos cognitivamente. Sin embargo, la mejor estimulación sigue siendo la socialización cara a cara: actividades como las que promueven los centros sociales, las asociaciones de mayores o eventos como la propia Feria Senior, donde pueden relacionarse con sus pares, conversar y compartir. Incluso han surgido aplicaciones de citas para adultos mayores, rompiendo el tabú de que en la vejez no hay espacio para el amor o la compañía romántica. Al contrario, cada vez más mayores viudos o solos se animan a usar estas plataformas específicas (similares a las de gente joven, pero adaptadas a sus preferencias) para conocer gente nueva, entablar amistades o incluso encontrar pareja. Esto contribuye enormemente al bienestar emocional y demuestra que nunca es tarde para ampliar el círculo social. La innovación, en este sentido, también significa derribar estereotipos: los mayores pueden adoptar con éxito herramientas digitales cuando estas realmente responden a sus necesidades y capacidades.
En conjunto, la tecnología aplicada al cuidado de mayores está avanzando rápidamente y ofrece posibilidades que eran ciencia ficción hace apenas una década. No obstante, todavía queda camino por recorrer para que estas innovaciones lleguen a todas las personas mayores y no solo a unas pocas. Es fundamental evaluar qué soluciones aportan valor real a la vida de los mayores y cuáles pueden generar nuevas brechas o problemas inesperados. La conclusión de los expertos fue que la tecnología debe ser un medio al servicio del bienestar del mayor, nunca un fin en sí misma. En palabras de Carmelo Gómez, la innovación ha de hacerse “con interés real por el cuidado de los mayores” y no solo por marketing o novedad.
Encontrar el equilibrio adecuado entre apoyar a los cuidadores, mejorar la seguridad y confort de los mayores, y preservar su dignidad e independencia, es el gran desafío de la innovación gerontológica. Para conocer más ejemplos y reflexiones sobre este tema, puede ver el vídeo completo de la mesa redonda al final de esta página.