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Humanización del cuidado de personas mayores: ética, empatía y voz de los mayores en la innovación

La atención a nuestros mayores no solo debe medirse en términos de avances técnicos, sino sobre todo en la calidad humana del trato. En el marco de la mesa redonda de la Feria Senior, el profesor Carmelo Sergio Gómez Martínez —catedrático enfermero especializado en humanización de la asistencia gerontológica— subrayó que cualquier innovación en el cuidado debe tener un rostro humano y un fundamento ético sólido. Sus reflexiones giraron en torno a la importancia de la empatía, el respeto a la dignidad de las personas mayores y la necesidad de contar con su voz en las decisiones, especialmente en un contexto donde la tecnología irrumpe con fuerza. Como apuntó Gómez Martínez, “solo una persona puede cuidar de otra persona; ni una máquina ni un software podrán reemplazar el calor humano”. Esta premisa marcó el tono del debate: los avances son bienvenidos, pero nunca deberán deshumanizar la atención.

Personas, no máquinas: la ética de la atención automatizada

La creciente presencia de inteligencias artificiales, robots y aplicaciones en el ámbito asistencial plantea un dilema ético fundamental: no confundir la interacción máquina-persona con el verdadero cuidado humano. Por sofisticada que sea una IA o un avatar virtual (se mencionó, por ejemplo, una aplicación de la OMS con avatar llamada “Sara” que orienta sobre salud), una máquina es incapaz de comprender y sentir como lo hace un ser humano. “Una máquina no sabe que tú eres una persona”, recordó el ponente, advirtiendo contra eslóganes publicitarios que sugieren que un robot puede “tratar con cariño” a un mayor. Las emociones, la empatía y la capacidad de interpretar el estado de ánimo a través de gestos o tono de voz son cualidades exclusivamente humanas.

En la mesa redonda se concluyó que las herramientas tecnológicas deben verse como apoyos útiles, pero sin atribuirles cualidades humanas que no poseen. Un asistente virtual puede proporcionar información médica o compañía básica, pero no puede reemplazar la sensibilidad de un buen profesional o familiar cuidador. La persona mayor siempre debe saber —y sentir— que detrás de cualquier dispositivo hay un equipo humano pendiente de su bienestar. Mantener esta claridad es crucial para que la atención no derive en frialdad o automatismos despersonalizados. La ética en la innovación exige definir bien los roles: las máquinas al servicio de las personas, y nunca al revés.

El valor insustituible del contacto humano

El contacto humano en el cuidado fue reivindicado como un elemento insustituible e invaluable. Acciones tan simples y profundas como sostener la mano de un anciano con afecto, escuchar con paciencia sus preocupaciones o brindarle un abrazo de consuelo tienen un impacto terapéutico real que ninguna máquina puede imitar. Carmelo Gómez recalcó que el cuidado implica una conexión emocional y un compromiso moral que trascienden cualquier protocolo técnico.

Los profesionales sanitarios y cuidadores aportan no solo conocimientos y habilidades, sino también empatía, compasión y “ojo clínico” desarrollado a través de la experiencia. Estas cualidades no se pueden codificar en un software ni sustituir con algoritmos. Por ejemplo, en una situación de urgencia médica, un sistema de inteligencia artificial puede ofrecer un diagnóstico probable, pero la decisión final y el trato humano al paciente (calmarlo, explicarle, tomar en cuenta matices) provienen del personal sanitario. Del mismo modo, en el día a día, un cuidador humano percibe pequeñas variaciones en el estado de ánimo o salud del mayor que podrían pasar inadvertidas para un aparato.

En palabras del profesor Gómez, solo una persona puede cuidar verdaderamente de otra persona. El calor humano, la mirada atenta, la sonrisa y la palabra de ánimo son componentes esenciales del cuidado de calidad. Por mucho que la tecnología avance, los mayores seguirán necesitando personas a su lado que les brinden comprensión, respeto y cariño. La innovación debe centrarse en complementar y facilitar la labor de esos cuidadores humanos, nunca en eliminarlos de la ecuación.

Datos, privacidad y telemedicina: un desafío regulatorio

Otro tema crítico abordado fue el manejo de los datos personales de salud y la privacidad en esta era de telemedicina y dispositivos conectados. Hoy, mucha información sensible de pacientes mayores (historias clínicas, resultados de pruebas, datos recogidos por apps de salud o relojes inteligentes) puede terminar almacenada en servidores de grandes empresas tecnológicas, a menudo fuera de nuestro país, sujetos a normativas diferentes. Se advirtió que la telemedicina y la digitalización sanitaria avanzan más rápido que las leyes que las regulan. Por ejemplo, aún no está del todo claro quién es el propietario de los datos de salud que genera un dispositivo wearable, ni cómo pueden usar esos datos compañías privadas. Imaginemos que un mayor utiliza un reloj inteligente que monitoriza su ritmo cardíaco y actividad; esos registros podrían ser de interés para su médico, pero también para su compañía de seguros o entidades con fines comerciales.

¿Quién garantiza que esa información no se usará para fines no deseados, como ajustar al alza una prima de seguro o bombardear al usuario con publicidad de productos médicos?

Gómez Martínez señaló la importancia de actualizar la legislación para proteger a los ciudadanos en este ámbito. La normativa europea (GDPR) y española de protección de datos proporciona un marco general, pero surgen desafíos específicos con la salud digital. Además, dentro del sistema sanitario, integrar la información entre distintos niveles (atención primaria, especializada, servicios sociales) sigue siendo complicado, y eso repercute en la atención del mayor. Si ya en una misma región a veces falla el intercambio de datos (por sistemas informáticos incompatibles), ¿cómo será cuando incorporemos aún más fuentes de datos externas?
La confidencialidad y la seguridad de la información médica deben ser pilares en cualquier innovación tecnológica aplicada a la salud de los mayores. Los expertos abogaron por desarrollar plataformas seguras, transparentes y centradas en el paciente, donde este tenga control sobre quién accede a sus datos y con qué propósito. Solo generando confianza en que la tecnología respetará sus derechos, los mayores (y todos nosotros en el futuro) adoptaremos plenamente herramientas como la historia clínica digital única, la teleconsulta médica o los sistemas de monitorización remota.

Innovación inclusiva: cerrando la brecha digital

Un aspecto ético clave de la innovación es garantizar que ésta sea inclusiva y no agrande la brecha digital entre los mayores. Muchos servicios y productos nuevos asumen un nivel de conectividad y habilidades digitales que una parte de la población mayor no tiene. En la charla se recordó el caso reciente de los bancos españoles: al impulsar la banca online y reducir la atención presencial, dejaron atrás a muchos clientes mayores, generándoles gran frustración e indefensión. Hubo incluso protestas públicas (“Soy mayor, no idiota”) que lograron que algunos bancos rectificaran parcialmente. Este ejemplo ilustra cómo una innovación mal gestionada puede volverse excluyente.

“Estamos sin darnos cuenta creando clases sociales: el que puede manejar la electrónica y el que no”, apuntó Gómez Martínez, destacando que en el colectivo de mayores existen diferencias notables en manejo tecnológico, muchas veces ligadas al nivel educativo o simplemente a oportunidades de aprendizaje. No es justo ni eficiente diseñar sistemas pensando solo en los usuarios más avanzados y dejando a los demás con soluciones precarias o sin servicio. La alfabetización digital de los mayores, así como la adaptación de las interfaces para que sean sencillas e intuitivas, son tareas indispensables si queremos que la tecnología beneficie a todos.

La innovación inclusiva implica también ofrecer alternativas no digitales para quienes las necesiten. Por ejemplo, si se implantan citas médicas por internet, asegurar que siga habiendo una línea telefónica o ventanilla para quien no pueda gestionarlo en línea. O si se promueven cajeros automáticos avanzados, destinar personal de apoyo en las oficinas que ayude a los mayores a realizar sus trámites. El objetivo es que la tecnología no se convierta en una barrera más, sino en un puente que comunique a todos. Los mayores de hoy tienen muchas ganas de aprender y adaptarse, pero la sociedad debe poner de su parte simplificando los procesos y brindando capacitación donde haga falta.

Dar voz a los mayores en las decisiones

Finalmente, se hizo hincapié en involucrar a las propias personas mayores en las decisiones sobre su cuidado y sobre las políticas e innovaciones que les afectan. Paradójicamente, quienes viven el día a día del envejecimiento suelen ser los últimos consultados a la hora de diseñar servicios o desarrollar tecnologías dirigidas a ellos. Esto debe cambiar. Los mayores acumulan sabiduría y experiencia, y sus opiniones pueden revelar qué es realmente útil y qué no en su atención.

Los expertos abogaron por crear mecanismos formales e informales para recoger la voz de los mayores: encuestas de satisfacción en residencias y centros de día, consejos consultivos de mayores a nivel municipal o autonómico, participación en proyectos piloto de nuevas tecnologías (donde se les entrene y luego se les pregunte qué tan útil les resultó tal o cual dispositivo), etc. Algunas regiones ya cuentan con Consejos de Personas Mayores, pero muchas veces son organismos poco conocidos o con poca incidencia real. Es fundamental fortalecer estas plataformas y, sobre todo, adoptar una actitud de escucha activa hacia el mayor.

En palabras del profesor Gómez, “toda la innovación está muy bien, pero siempre contando con la persona a la cual va dirigida”. Esa frase resume la idea de que nada sobre las personas mayores debería hacerse sin las personas mayores. Incluirles no es solo un gesto de cortesía, sino una garantía de éxito: las iniciativas que incorporan la retroalimentación de sus destinatarios tienden a ser más efectivas y mejor aceptadas. Además, es un imperativo ético reconocer a los mayores como agentes capaces de opinar y contribuir, no solo como receptores pasivos de decisiones tomadas por otros.

En conclusión, humanizar el cuidado de las personas mayores en tiempos de innovación significa equilibrar cabeza y corazón: aprovechar los avances tecnológicos y científicos, sí, pero sin perder de vista la empatía, la calidez y el respeto por la voluntad de cada individuo. Innovar no es solo poner nuevos aparatos a disposición, sino asumir un compromiso deontológico de ayudar al otro con eficiencia y humanidad. Los profesionales, familiares, instituciones y la sociedad en su conjunto debemos trabajar de la mano, con los mayores siempre presentes en el diálogo, para construir un futuro en el que envejecer sea sinónimo de ser cuidado con dignidad. Para profundizar en estas reflexiones y escuchar a los ponentes en detalle, se puede acceder al vídeo completo de la mesa redonda, disponible a continuación.

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