La pandemia de COVID-19 impactó duramente en las residencias de ancianos, colocándolas en el centro del debate público. Imágenes y noticias difíciles generaron en muchos una percepción negativa y temores hacia estos centros. Ahora, con la perspectiva que dan los años posteriores, es importante separar mitos de verdades y reflexionar sobre las lecciones aprendidas. En este artículo analizamos cómo son las residencias tras la pandemia, qué cambios se han implementado y desmontamos algunas ideas erróneas que aún circulan.
Mito 1: “Las residencias fueron un desastre durante la pandemia”
Es cierto que la pandemia golpeó de forma trágica a muchas residencias, sobre todo al inicio, debido a un virus desconocido y letal para los mayores frágiles. Sin embargo, calificar en bloque de “desastre” el comportamiento de las residencias es injusto y generaliza casos puntuales a todo el sector. De hecho, profesionales y directivos defienden que hubo una respuesta heroica y abnegada de la mayoría de residencias, cuidando a los mayores en condiciones extremas, muchas veces sin los apoyos suficientes.
Durante la mesa redonda se subrayó que las residencias “fueron maltratadas informativamente” en la pandemia. Se difundieron críticas muy duras, a veces sin conocer la realidad interna. Quien hablaba recalcó que “esa crítica inmerecida… no tiene ninguna justificación. Habla mal de las residencias, por regla general, quien no las conoce”. La verdad es que, pasado el shock inicial, la mayoría de centros implementaron protocolos estrictos, medicalización y aislamiento preventivo que salvaron muchas vidas. Hubo residencias ejemplares que lograron contener brotes y mantuvieron a familias informadas pese al doloroso confinamiento.
Mito 2: “Todas las residencias son inseguras o negligentes”
Este mito ha calado en parte de la opinión pública tras casos sonados de contagios masivos o falta de material en 2020. Pero generalizar es erróneo. La pandemia fue una situación excepcional; no es indicativo normal de seguridad. Hoy por hoy, las residencias se han fortalecido: disponen de planes de contingencia ante infecciones, stocks de EPIs (mascarillas, etc.), personal formado en control de infecciones, y protocolos sanitarios integrados con hospitales. Muchas comunidades han creado unidades de enlace hospital-residencia para apoyo médico inmediato.
Además, hay que recordar que las residencias ya venían evolucionando para ser más seguras y de calidad. Por ejemplo, antes de la pandemia ya se estaban implementando nuevos decretos con mejoras en requisitos estructurales y de personal en las residencias. Tras la pandemia, estas mejoras se han vuelto más urgentes: menor número de residentes por centro (limitar a ~120 plazas), creación de unidades de convivencia pequeñas (lo cual facilita sectorizar ante brotes), aumento de ratios de enfermería, etc. Todo ello redunda en mayor seguridad y atención más personalizada.
La verdad: La enorme mayoría de residencias cumplen con estándares sanitarios estrictos, y tras el COVID-19 se han profesionalizado aún más en materia higiénico-sanitaria. Decir que “todas son inseguras” es un mito que hace daño injustamente a un sector entero.
Lecciones aprendidas del COVID-19
Más allá de derribar mitos, la pandemia dejó importantes lecciones que el sector residencial está aplicando:
- Importancia de la coordinación sociosanitaria: Se constató que residencias y sistema de salud deben trabajar codo con codo. Ahora en muchas regiones hay hospitales de referencia para residencias, se realizan teleconsultas médicas a los centros y se han agilizado derivaciones. También algunas residencias cuentan con más equipamiento médico propio (oxígeno, medicación, tests) para dar primera respuesta.
- Comunicación con familias: Durante los confinamientos, la falta de visitas fue durísima. Muchas residencias implementaron videollamadas regulares. La lección es que la comunicación transparente con familiares es esencial siempre, pandemia o no. Hoy, muchos centros mantienen políticas de información frecuente (reuniones virtuales, grupos de Whatsapp con familiares para actualizaciones, etc.).
- Flexibilidad en cuidados y planes de contingencia: Se aprendió a actuar rápido ante emergencias. Por ejemplo, sectorizar residencias (mantener a grupos separados), tener personal de sustitución en la recámara por si cuarentenas, etc. Esa capacidad de adaptación ha quedado, haciéndolos más resilientes ante cualquier brote (sea COVID, gripe u otro).
- Valoración social del cuidado: La pandemia visibilizó el trabajo de los cuidadores y enfermeras de residencias, a veces poco reconocido. Hubo aplausos, agradecimientos y se entendió su rol esencial. Esto debe traducirse en mejoras en condiciones (tema tratado en otros artículos) para que esa vocación no se pierda. Al menos la lección social es que cuidar a nuestros mayores en residencias es una labor fundamental que merece respeto y apoyo.
Mito 3: “Mejor evitar las residencias después de lo ocurrido”
Algunos familiares, asustados por lo vivido, piensan que lo mejor es mantener al mayor en casa a toda costa para evitar residencias. Si bien es comprensible el temor, no debe tomarse una decisión basada en un mito. Las residencias, especialmente tras la pandemia, siguen siendo lugares idóneos y seguros para cuidar a mayores dependientes. De hecho, en la mesa redonda un ponente enfatizó que “las residencias… no van a desaparecer nunca porque cada vez hay más dependientes”. Siguen siendo el recurso más completo cuando el cuidado en casa no es viable.
Muchas familias que reticentemente ingresaron a su ser querido en 2021 o 2022 han comprobado que el cuidado profesional es insustituible en ciertos casos. Y la satisfacción sigue alta: un dato compartido fue que el 98% de los nuevos residentes llegan por recomendación de otros (boca a boca), lo cual refleja la confianza que realmente tienen usuarios y familias en estos centros. Ese dato difícilmente sería así si las residencias fueran sitios a evitar.
La verdad: Las residencias han demostrado ser un pilar del cuidado de mayores. Los mitos negativos no deben hacernos olvidar que, día a día, en miles de residencias se atiende con cariño y eficacia a nuestros mayores, y que durante la pandemia ellas estuvieron en primera línea sin escatimar esfuerzos.
Conclusión: Reconciliarnos con las residencias post-COVID
La etapa más dura de la pandemia quedó atrás, y con ella deberíamos dejar atrás algunos prejuicios infundados hacia las residencias. Es momento de reconciliarnos con estos centros, reconociendo su esfuerzo y evolución. Si algo bueno salió de aquella crisis, fue la oportunidad de mejorar y reforzar el sistema de cuidados: hoy las residencias están más preparadas para proteger a sus residentes, con más protocolos, recursos y experiencia.
Como familiares, debemos informarnos de la realidad actual visitando los centros, hablando con sus responsables y residentes. Veremos que muchas de esas terribles imágenes de 2020 quedaron como excepción histórica. Las residencias de 2025 en España son lugares más humanos, centrados en la persona, con personal entregado y con mayor integración sanitaria que antes.
En resumen, no dejemos que los mitos oscurezcan las verdades: las residencias aprendieron del COVID-19 y salieron más fuertes. Llevémonos la lección de valorar más a quienes cuidan de nuestros mayores y apoyemos cambios positivos (financiación, personal) para que, pase lo que pase en el futuro, nuestros ancianos estén siempre en las mejores manos posibles.
Vídeo completo de la mesa redonda “Presente y Futuro de las Residencias”